Íbamos de paseo cruzando el obelisco tomados de la mano, y siendo aproximadamente las 2:30 a.m. nos sentamos en una plaza cercana a volar por los aires y sentirnos eternos, nos miramos a los ojos y supimos que el destino era una fuerza hermosa, y sobre todo poderosa…sabíamos…realmente sabíamos que estábamos destinados, que nuestros ojos se unificaban, que mi pelo suave rozaba sus poros y enloquecía, que sus marcadas manos tocaban mi hombro y estremecía. Su voz ronca de hombre rudo se complementaba con mi dulce voz de mujer débil…
La sinceridad de nuestras almas no podían ocultar un amor… un amor que iba mucho más allá del amor que nos decíamos, un amor que ni la más perfecta película romántica podría describir…
Un amor de cielo, amor de flores de atardeceres, amor de vientos de primavera, o de algodón de azúcar. El era mi maestro y mi aprendiz, era mi principio y mi final, mi único sueño…el más perfecto presente. Sus labios se acercaban a los míos y al rozarse una lluvia de ángeles anunciaba que jamás…nunca jamás nos separaríamos…
Y fue entonces cuando desperté…y dejé de creer en los milagros.
Sabés que eso me hace acordar a esto.
ResponderEliminarY me pone
muy triste
y suceptible
y melancólica
Y feliz
feliz porque entendí ese momento, te juro.
Te amo.